SETENTA Y CINCO



Por Giorgio Manganelli

Una mujer parió una esfera; se trata de un globo del diámetro de veinte centímetros. Fue un parto fácil, sin complicaciones. Se ignora si la mujer está casada; un esposo hubiera significado una relación con el demonio y la hubiera rechazado o quizá asesinado a martillazos. Por lo tanto no tiene esposo. Se dice que es virgen. De todos modos es una buena madre, está muy encariñada con la esfera.
Puesto que la esfera no tiene boca, la madre la alimenta sumergiéndola en una tinaja llena con su leche; la tinaja está decorada con flores. La esfera es completamente suave. No tiene ojos ni órganos para moverse y de todos modos rueda por la habitación, asciende las escalas saltando ligeramente con mucha gracia. Está hecha de una materia más rígida que la carne, pero no es completamente inflexible. En sus movimientos revela una decidida voluntad, algo que se podría llamar claridad de pensamiento. La madre la lava todos los días, la alimenta. En realidad nunca está sucia. Aparentemente no duerme, aunque jamás molesta a la madre: no emite ningún ruido. De todas maneras la madre cree saber cuando, en determinados momentos, la esfera está ansiosa de ser tocada por la madre; le parece que en algunos momentos su superficie está más suave. La gente evita a la mujer que ha parido la esfera, pero la mujer no lo percibe. Todo el día, toda la noche, su vida gira en torno a la lamentable perfección de la esfera. Sabe que aquella esfera, por lo prodigiosa, es extremadamente joven. Lentamente la ve crecer. Después de tres meses su diámetro creció en casi cinco centímetros; a veces la superficie, normalmente gris, asume un tenue color rosado. La madre no le enseña nada a la esfera, pero intenta aprender de ella: no sigue sus movimientos, intenta comprender el significado de todo lo que hace. Su impresión es que la esfera no quiere decir nada y sin embargo le pertenece. La madre sabe que la esfera no permanecerá eternamente en su casa, pero le interesa haber estado involucrada en un acontecimiento a la vez angustioso y completamente tranquilo. Cuando el día está caluroso y soleado, toma en brazos la esfera y camina por la casa; a veces llega hasta un jardín y tiene la impresión de que la gente se ha habituado a ella, a su esfera. Le gusta hacerla rodar por el jardín, perseguirla y capturarla con un gesto de temerosa pasión. La madre ama la esfera y se pregunta si alguna vez una mujer ha sido madre como ella.

Traducido al español por Alejandro Ramírez Giraldo de Centuria, Rizzoli, 1979.

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